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Introducción
Antes de la aparición del término filosofía —del griego philo-sophía, “amor a la sabiduría”—, en Grecia ya existía la referencia a los sophoí o sabios. Entre ellos se recuerdan los denominados “Siete Sabios de Grecia”: Tales de Mileto, Solón de Atenas, Quilón de Esparta, Pítaco de Mitilene, Bías de Priene, Cleóbulo de Lindos y Periandro de Corinto.

Este reconocimiento, sin embargo, no implica que la sabiduría haya sido exclusiva de los griegos. En todas las culturas existieron sabios y sabias, lo que demuestra que la búsqueda del conocimiento y de orientaciones para la vida es un patrimonio universal de la humanidad.

Tampoco debe entenderse necesariamente a la filosofía como un nivel “superior” del pensamiento, sino más bien como una etapa particular que, en su desarrollo, perdió en gran medida la relación múltiple e integral con el mundo, derivando en un pensamiento dogmático y logocéntrico.

Precisamente, hoy ese modelo está siendo cuestionado tanto por filosofías milenarias de otras regiones como por la propia ciencia contemporánea, especialmente por la cuántica.

Las etapas de la filosofía

Con la consolidación de la filosofía como disciplina teórica, algunos pensadores occidentales han sostenido que únicamente Grecia podía reclamar su autoría. Sin embargo, múltiples evidencias demuestran que los griegos se nutrieron de tradiciones anteriores. Tales, por ejemplo, afirmaba haberse formado en Babilonia, mientras que Platón reconocía haber estudiado en Egipto. El Cercano Oriente influyó de manera decisiva en Grecia, no solo por el intercambio cultural, sino también por las invasiones persas bajo Darío I y Jerjes I. De ahí que muchos estudiosos sostengan que Mesopotamia constituye la verdadera cuna de lo que luego se llamó “cultura occidental”.

Aportes mesopotámicos

Los aportes de Mesopotamia fueron fundamentales en diversas áreas:
Escritura. La invención de la escritura cuneiforme permitió registrar transacciones, leyes y literatura. El alfabeto griego, derivado del fenicio, se nutrió de esta tradición y dio origen al alfabeto latino.
Astronomía. Los mesopotámicos identificaron constelaciones y predijeron eclipses. Los griegos ampliaron este conocimiento al formular teorías cosmológicas.
Matemáticas. El sistema sexagesimal (base 60), todavía vigente en la medición del tiempo y los ángulos, es un legado mesopotámico.
Arquitectura. Construcciones como los zigurats inspiraron templos griegos y otras edificaciones monumentales.
Mitología y literatura. Narraciones como la Epopeya de Gilgamesh antecedieron e influyeron en las epopeyas griegas, como la Ilíada y la Odisea.
Comercio. Las redes de intercambio mesopotámicas favorecieron la expansión cultural y económica del Mediterráneo, de la que Grecia se benefició ampliamente.

En consecuencia, la llamada “ciencia griega” puede comprenderse como un desarrollo posterior sustentado en bases mesopotámicas. Roma heredó este legado y lo difundió en Europa, mientras que, en los últimos cinco siglos, Europa lo impuso al resto del mundo en el marco de la expansión colonial y capitalista.

Como resultado, múltiples saberes de pueblos celtas, germánicos y de otras tradiciones indígenas europeas fueron absorbidos o eliminados, del mismo modo en que se invisibilizaron y subordinaron los conocimientos originarios de otros continentes.

En este sentido, ni Mesopotamia, ni Grecia ni Roma pueden considerarse la verdadera “cuna” de la cultura europea, como tradicionalmente se ha sostenido desde el canon historiográfico occidental. Más bien, representan su “muerte”, en la medida en que su imposición significó la desaparición o extinción de las tradiciones milenarias propias del continente. El cristianismo, por ejemplo, no es originario de Europa, sino de Mesopotamia, tierra de donde proviene Abraham; sin embargo, fue impuesto en territorio europeo por los emperadores romanos. Como consecuencia de este proceso, se extinguió la espiritualidad autóctona, en particular la tradición celta y druida, que constituía una de las raíces más profundas de la espiritualidad originaria de Europa.

Filosofía y ruptura con la visión integral

La filosofía, entonces, no puede considerarse un fenómeno exclusivamente griego. Aunque el término es de origen helénico, la matriz conceptual proviene en gran medida de Mesopotamia, donde florecieron las primeras ciencias exactas y donde los sabios buscaban explicaciones racionales —particularmente matemáticas— de los fenómenos naturales.

Pitágoras, quien acuñó el término filosofía, se presentaba a sí mismo como “amante de la sabiduría” (philo-sophos), en lugar de proclamarse directamente sabio. En su autocomprensión, más que un depositario acabado del conocimiento, era un eterno buscador. Esta actitud no es un detalle menor, pues muestra una concepción de la filosofía como un camino de vida y no únicamente como un discurso racional. Su pensamiento conservaba aún una visión integral de la existencia, heredera de las tradiciones milenarias que concebían la vida como una totalidad indivisible, donde lo espiritual, lo natural y lo humano formaban parte de una misma trama de sentido.

Esta dimensión de “buscador de sabiduría” encuentra resonancia en múltiples culturas del mundo, particularmente en aquellas vinculadas íntimamente a la naturaleza. En los pueblos originarios de Abya Yala, África, Asia y Oceanía, no se consideraba al ser humano como un sabio consumado, sino como un aprendiz constante de los secretos de la vida. La sabiduría no era vista como propiedad individual, sino como un proceso colectivo, intergeneracional y en diálogo con la tierra, el agua, los astros y los espíritus. De ahí que hablar de “filosofías indígenas” sea no solo legítimo, sino necesario para ampliar la comprensión del pensamiento humano más allá de los cánones eurocéntricos.

Con Sócrates, Platón y Aristóteles comenzó un proceso de diferenciación y fragmentación del conocimiento que culminó en la supremacía de la razón sobre otras formas de inteligencia, como la intuición, el mito, la memoria o la experiencia corporal. Este giro produjo una visión segmentada del saber, que condujo al desmantelamiento de la filosofía integral pitagórica en favor de una filosofía racionalista y analítica. En este tránsito, lo que se llamó “filosofía” se alejó de su sentido originario de amor a la sabiduría para transformarse en un saber especializado y abstracto.

Para Platón, la razón era la única facultad capaz de acceder al mundo de las Ideas, realidades universales e inmutables que constituían la verdad y el auténtico conocimiento. A diferencia de los sentidos —que captan solo el mundo cambiante—, la razón podía alcanzar lo permanente y esencial.

Este proceso marcó una ruptura con la visión integral que había prevalecido durante milenios. La ciencia se separó del mito y la religión; esta última, a su vez, ya había transformado las antiguas espiritualidades animistas —que concebían lo sagrado como parte de la naturaleza— en religiones de carácter trascendente.

De ese modo, se abrió camino al racionalismo, que alcanzó su apogeo en la Ilustración con la exaltación de la “razón pura” y el dominio de la razón instrumental.
La consecuencia de este proceso fue el establecimiento de una matriz epistemológica que subordinó o descalificó otras formas de pensamiento. Así, las cosmovisiones indígenas, que mantenían viva una filosofía práctica y holística, fueron consideradas “mitos” o “supersticiones”.

Sin embargo, hoy es posible recuperar el gesto pitagórico y vincularlo con las filosofías indígenas, reconociendo que en ambos casos lo que está en juego no es un sistema cerrado de verdades, sino un camino de búsqueda, aprendizaje y armonización con la totalidad de la existencia.

Ejemplos de ello abundan en las tradiciones indígenas de Abya Yala. En la cosmovisión andina, el principio del ayni (reciprocidad) constituye no solo una norma ética, sino una categoría ontológica: la vida se sostiene en relaciones de complementariedad entre humanos, montañas, ríos, plantas y animales. Para los mapuche, el itrofil mongen (la diversidad de la vida) expresa la convicción de que todo ser —visible e invisible— forma parte de un equilibrio cósmico que debe ser respetado y cuidado. En la Amazonía, la noción de “espíritus guardianes de la selva” no es un residuo de supersticiones, sino la forma de codificar que la naturaleza posee agencia, intencionalidad y capacidad de comunicación con los humanos.

Estas filosofías, lejos de estar “atrasadas”, poseen una actualidad innegable en tiempos de crisis climática y civilizatoria. Recuperarlas significa cuestionar el monopolio epistemológico de Occidente y abrirnos a la pluralidad de formas de pensar y vivir. Como en el gesto pitagórico, se trata de recordar que el verdadero filósofo no es el dueño de la verdad, sino el eterno amante de la sabiduría, dispuesto a aprender de la tierra, de los ancestros y de todas las formas de vida que coexisten en el universo.

No obstante, los avances de la física relativista, la física cuántica y las ciencias de la complejidad cuestionaron el totalitarismo de la razón, recuperando visiones de integralidad más cercanas a las antiguas cosmovisiones animistas. Así, muchas prácticas ancestrales, antes consideradas supersticiones, encuentran hoy correspondencia en descubrimientos científicos que hablan de interconexión, complementariedad y múltiples formas de inteligencia.

En este sentido, volver a Pitágoras —y a los pueblos originarios del mundo— nos invita a cuestionar la reducción de la filosofía al mero ejercicio racionalista, y a abrirnos a una pluralidad de modos de pensar y vivir la sabiduría, donde lo humano no se separa de la tierra, ni la razón se impone como única vía legítima del conocimiento.

Mesopotamia y el nacimiento del orden social jerárquico

El mundo actual tiene sus raíces en Mesopotamia, donde surgieron la propiedad privada, las clases sociales y el sistema esclavista bajo la forma de la monarquía. Los patriarcas, devenidos reyes, se apropiaron de tierras cultivables —comprándolas o arrebatándolas a campesinos empobrecidos— y transformaron la agricultura comunitaria en patrimonio exclusivo de las élites.

De este proceso nacieron las ciudades, los ejércitos permanentes y, finalmente, el Estado, con instituciones judiciales y administrativas destinadas a controlar a los sectores populares.

La necesidad de contabilizar riquezas impulsó la matemática y la escritura; la ambición de expansión territorial dio origen a la guerra organizada y al perfeccionamiento de las armas.
Este modelo —iniciado en Sumeria— se perfeccionó hasta convertirse en lo que Marx denominó las distintas fases históricas: esclavismo, feudalismo, capitalismo y, como proyección, el comunismo. Para nosotros, es la evolución del esclavismo hasta llegar al “esclavismo del capital”, que en el neoliberalismo alcanza su máxima sofisticación.

La crisis del modelo y la encrucijada contemporánea

Hoy, tanto el sistema capitalista como el paradigma racionalista que lo sustenta muestran evidentes signos de agotamiento. Su carácter depredador hacia la naturaleza y los seres humanos lo sitúa en una crisis estructural.

Mesopotamia, cuna de innovaciones culturales, fue también el origen del uso de la religión como instrumento de adoctrinamiento y de la política como herramienta de dominación. No resulta casual, por ello, la persistencia de conflictos en esa región, donde hace más de cuatro milenios se establecieron formas de poder religioso-político cuyas repercusiones aún resuenan en el presente: «el dios verdadero».

Por otra parte, los saberes desarrollados en Abya Yala, África y Asia oriental fueron sistemáticamente destruidos, silenciados o apropiados en beneficio de las élites occidentales. Al mismo tiempo, la riqueza material extraída de América posibilitó que Europa se impusiera sobre Asia y, con ello, sentara las bases del mundo moderno. Conviene recordar que Europa, en aquel entonces, era un continente empobrecido; únicamente gracias al saqueo y la explotación de los territorios americanos pudo financiar su “despegue” histórico y dar origen al Renacimiento. De no haber mediado esta transferencia masiva de recursos, es probable que la Edad Media —también llamada “oscurantista”— se hubiera prolongado hasta nuestros días, y la historia universal habría seguido un curso muy distinto al que conocemos en los últimos cinco siglos.

En todo caso, el escenario contemporáneo muestra claros signos de reconfiguración. Con el ascenso de potencias como China, Rusia, India y, en general, el grupo de los BRICS, el mapa geopolítico global atraviesa transformaciones profundas que ponen en entredicho la hegemonía que Europa y, posteriormente, Occidente en su conjunto, construyeron sobre la base del despojo colonial. Este viraje multipolar no solo cuestiona el orden mundial heredado de la modernidad-colonialidad, sino que abre la posibilidad de un reequilibrio en las relaciones internacionales.

En este contexto, resulta fundamental reconocer que los saberes originarios de Abya Yala, África y Asia no son vestigios del pasado, sino fuentes vivas de pensamiento y de alteridades diferentes.

La emergencia de un mundo multipolar puede abrir espacios para la revalorización de estas filosofías, que ofrecen formas distintas de relacionarse con la naturaleza, la comunidad y la espiritualidad. Así, frente al agotamiento del modelo occidental moderno, los pueblos históricamente marginados pueden recuperar un papel protagónico en la construcción de horizontes de vida más equilibrados y sostenibles.

Conclusión

La humanidad vivió millones de años en relativa armonía con la naturaleza, hasta que la propiedad privada alteró radicalmente ese equilibrio. La ciencia alcanzó logros extraordinarios, pero hoy nos enfrentamos a una encrucijada: decidir qué tipo de ciencia, filosofía, espiritualidad y organización social debemos construir para sobrevivir como especie.

El camino parece apuntar hacia una recuperación de la visión integral, que nos reconozca como hijos de la Madre Tierra y guardianes de la vida, desde una forma comunitaria de vida, que fuera construida en millones de años por todos los pueblos y culturas de la Madre Tierra.

Marx mismo advirtió, en su carta a Vera Zasulich, que el futuro de la humanidad no requería necesariamente pasar por la construcción de un proletariado industrial, sino recuperar y profundizar las formas comunales milenarias que ya habían desarrollado los pueblos del mundo.

Más que revoluciones o liberaciones o emancipaciones centradas en la lógica del poder, el desafío actual es retomar y continuar con la experiencia acumulada de millones de años de vida comunitaria y armónica con la naturaleza. Ello exige superar tanto las visiones logocéntricas como los modelos fragmentarios, y volver a un pensamiento relacional, complementario e integral, en sintonía con el cosmos y la vida misma.

Por Alteridad

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